martes, 18 de octubre de 2016

Teoría y práctica del Atasco (I)


Vivimos en un atasco.

Hay atascos cuando vamos a trabajar y hay atascos cuando salimos de vacaciones.

Hay atascos de refugiados que quieren entrar y atascos de turistas que quieren salir.

El atasco no es ya, si es que alguna vez lo ha sido, un mero contratiempo.

El atasco muestra ahora una forma de administrar la precariedad y de producir una escasez postiza. Postiza porque, a decir verdad, hay sitio de sobras tanto en las oficinas del centro como en las playas de levante, pero algo estaremos haciendo mal cuando aceptamos una distribución de tiempos y espacios que nos convierte en prisioneros de nosotros mismos, que nos convierte en torpes remedos de lo que podemos ser.


En el atasco se deje ver lo que pueden una lógica o una poética saturadas y superadas.

Saturadas porque en su mismo afan acumulativo ha absorbido a más clientes de los que puede digerir. Como un orador que se empeñara en acumular millones y millones de oyentes a riesgo de perder toda eficacia comunicativa.

Superadas porque ha demostrado que precisamente lo que menos le interesa es aquello por lo que en principio se justificaba, la eficiencia, la comunicación, la movilidad.

Es por ello que el atasco es la gran figura de la contingencia postmoderna.

En la contingencia el orden, el que sea, se ha visto desbordado -saturado y superado- pero ante todo se ha vuelto incapaz de ofrecer un marco de sentido relativamente estable y compartido.
Como toda contingencia el atasco puede obcecarse no sólo siendo incapaz de producir sentido sino insistiendo en negar cualquier posibilidad de sentido.

Si logramos romper el bloqueo de la contingencia nos moveremos o bien hacia la experimentación, la apertura de la posibilidad, o bien hacia la lenta reconstrucción de un orden más simple y austero.

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Otra de las maneras bajo las que aparece el atasco es en forma de burbuja. Si nos atenemos a las dos últimas grandes crisis: la de las empresas punto com y la inmobiliaria, vemos que en ambas aparece la característica forma del atasco: en ambos casos los inversores atascaron la concurrencia de los mercados relacionados con las empresas relacionadas con la red y con la propiedad inmobiliaria buscando beneficio justo en ese exceso de concurrencia localizada en que consiste todo atasco.

Todo sucede como si el mismo mecanismo que impulsa al clasemediero vacacionado a buscar “ambiente” allí donde va todo el mundo, impulsara a los inversores a amontonarse comprando y vendiendo un mismo valor en un mismo sitio hasta que la burbuja revienta y se hace evidente que el interés de esa inversión o el de esa ciudad de vacaciones no era mas que espejismo provocado por la aglomeración y concentración desmesurada de la demanda.
Por lo demás tanto en los atascos como en las crisis de burbuja se dejan observar los mismos patrones reiterados de angustia, irritación, oportunismo y precariedad del sentido.

La otra cara del atasco y su espacio-tiempo saturados hasta lo indecible es el vaciado, la pérdida de interés del resto del mundo.
En esto opera el atasco una doble violencia: estrangulando el pedazo de mundo que atasca y condenando al olvido todo el resto.
Esto es especialmente visible en otros procesos burbujescos como el de la especulación en el mundo del arte.


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