domingo, 30 de octubre de 2016

Atasco en el Everest









Desde que alla por Mayo del 2012 el montañero alemán Ralf Dujmovits hizo esta foto y le dio la vuelta unos 40 grados para que todo pareciera más épico, se ha puesto de manifiesto lo que ya venía siendo evidente desde hacía bastantes años: el atasco está en todas partes, incluso en las zonas más difícilmente accesibles del planeta, como el Everest. Hasta 500 personas al día han llegado a acumularse en las cordadas para subir a lo más alto.
La cosa se pone especialmente seria en uno de los tapones que se monta por encima de los 8.000 metros, donde los escaladores han de esperar a veces hasta dos y tres horas.
El peligro de las congelaciones y que precisamente a partir de los 8000 sea cuando empieza a registrarse lo que los montañeros llaman deuda de oxígeno, contribuye a darle emoción al atasco.

Aunque bueno, en esto de la emoción cada cual hace -o cree poder hacer- lo que le sale del papote y el mismo Ralf Dujmovits recuerda a un estadounidense que se empeñó en subir con una bicicleta, “porque ese era su sueño”.
Claro que a lo mejor te toca subir con una bici y bajarte con un muerto a cuestas: sólo en los últimos 840 mtrs hay 41 cadaveres sin recoger que a su manera forman su propio y parsimonioso atasco.




Y además de atasco de cuerpos, vivos y muertos, hay por supuesto un atasco de basura. Cada montañero abandona a su paso, ambos lados de la cordada unos 6 kgs de basura, sin contar con las botellas de oxígeno y los residuos humanos que, congelados, duran más tiempo. Si contamos que la cima ha sido alcanzada por unos 4000 excursionistas, nos salen unos 24.000 kgs de basura. Seguramente a estas alturas sea más disfrutable un paseo por el vertedero de Valdemingomez que por la ladera del Everest. 


Eso no obsta para que las cifras de paseantes de alta montaña sigan subiendo y subiendo pese a que -o quizas porque- el coste medio de la expedición es de unos 60.000 euros por persona.

Volviendo a la foto del fenomenal atasco que hiciera Dujmovits, cabría pensar que sólo de ver la foto de marras se le habrían pasado las ganas a la gente de apuntarse al tema. Pero ni el mismo fotografo está muy seguro al respecto: “Por un lado, mi esperanza es que el número de escaladores  se redujera al ver la foto, pero también tengo miedo de que el Everest se vuelva aún más popular, que la gente empiece a pensar: “Si hay tanta gente, yo también puedo sumarme a la cola


Y esa es la cuestión con la que queremos conectar ahora. Igual que sucede en las colas de los aeropuertos, la clave del atasco no está -como hemos dicho- en considerarlo un incidente poco menos que odioso o inevitable. 

La relevancia del atasco radica en su capacidad para generar “valor”.

Cualquier tipo de cosa puede valer mucha pasta -un cuadro de Damien Hirst, por ejemplo- porque hay gente dispuesta a pagar esa pasta, porque hay gente atascada intentando comprar uno. 

Cuando vemos un atasco pensamos que si hay gente atascada es porque al final del atasco debe haber algo de gran valor, porque el hecho mismo de atascarnos nos hace pensar que estamos generando valor.

Por más que éste sea un valor directamente inexistente -como el de quien monta antes en un avión- o un valor burbujesco -el más relacionado con el atasco- cuya más clara característica es que no logra asentar ni decantar nada, puesto que cuando revienta nada queda y sino que se lo digan a los que quedaron atascados en una hipóteca y se quedaron sin casa y con una deuda impagable...






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