lunes, 22 de enero de 2007

Republica de los fines (2): guerra y autonomia

La idea de autonomía también acabará siendo modelo y clave de un proceso más amplio por el que se desplazan las fuentes de legitima producción de discurso y posiciones de sujeto pasando de las instituciones absolutistas de agregación, como las Academias, a los artistas y sus obras primero e incluso a los círculos de espectadores implicados en la recepción, discusión y distribución de las obras. Desde el énfasis kantiano en la autonomía como coincidencia en el sujeto de fines y medios y en la identificación deísta de elementos de la naturaleza como modélicos al respecto, el campo de esta producción legitimada de posiciones de sujeto se vuelve aun más amplio.
La construcción de la idea de autonomía estética se revelaba así, tan paradójicamente como se quiera, preñada de consecuencias sociales y políticas; y no se inicia con ello, en absoluto, un proceso de estetización, se trata de una extensión lógica de la autonomía desde el campo restringido de la estética al conjunto del campo social, la estetización, por el contrario, se dará en la medida en la que esta autonomía se vea sustituida en lo estético y en lo social por meros remedos y simulacros formales de los efectos de esa autonomía: como hemos visto que sucede en el desarrollo del "jardín inglés" o de los jardines morales franceses y sus ermitaños de alquiler.
Pero a estos modelos de contención y simulación se pueden añadir otros aun interesantes, desde los cuales la autonomía de raigambre antropológico-estética y de vocación política y social no sólo resultará neutralizada sino claramente instrumentalizada.
En un proceso ejemplar de aprovechamiento y recanalización de la noción de autonomía, las energías de la "nación en armas" suscitadas por la Revolución Francesa serán recicladas por los ejércitos de la Restauración y finalmente canceladas de modo brutal en los campos de batalla de las guerras del siglo XIX y sobre todo de la Primera Guerra Mundial.
Pocas revoluciones en el terreno militar han sido tan impactantes como la que llevó a las tropas de Francia bajo el mando de Napoleón al dominio de todo el continente hacia 1805-1807. El equilibrio de poderes de la Europa moderna se vio completamente roto y todo un sistema de organización militar y social puesto en cuestión. El estilo de guerra de los ejércitos del Antiguo Régimen basados en el uso de tropas profesionales procedentes de las más bajas capas sociales y sometidas a una férrea disciplina se demostró inoperante frente a la nueva guerra de masas que movilizaba mayores recursos y enormes cantidades de tropa motivada por ideologías sociales y patrióticas.
La "movilización" era precisamente la palabra clave con la que analistas militares como Jomini o Clausewitz se explicaron el éxito de los ejércitos revolucionarios y napoleónicos, siendo así que las energías y pasiones desatadas por el proceso revolucionario en Francia y las posteriores reacciones imperialistas, en el caso de Francia, o nacionalistas, como en Prusia, España o Rusia, resultaron ser un factor decisivo en la configuración de los nuevos ejércitos de masas.
Veremos ahora cómo el discurso sobre la autonomía que hemos ido rastreando en la filosofía occidental desde el Renacimiento y que Kant introdujo de manera definitiva en el terreno moral y en el estético se fue filtrando a su vez en la teoría y la práctica militar. Exploraremos en particular la privilegiada relación entre la teoría del arte con sus postulados sobre el Genio, la Obra y su autonomía y la teoría de la Guerra que se presenta a su vez como un "Arte", un "Arte de la Guerra". El mismo Clausewitz explorará en un ensayo con claras influencias kantianas: "Arte y Teoría del Arte" las relaciones de los lineamientos de la teoría estética con las investigaciones sobre el arte de la guerra, en particular adoptará la visión de la teoría que Kant maneja en su crítica del juicio: "combinar fin y medios es crear. El arte es la capacidad de crear; la teoría del arte enseña esta combinación (de fines y medios) hasta el extremo que los conceptos pueden hacerlo" .
Clausewitz se interesará fundamentalmente por el uso que Kant hace de las nociones de fines y medios, en cuya coherencia y mutua determinación se centra el análisis kantiano de la autonomía.
Esta misma noción es central para entender los planteamientos que diversos estudiosos de lo militar se hacen hacia principios del XIX, así Antoine Henri Jomini que aun dentro de una concepción de la guerra de movimientos muy influida por la epistemología newtoniana y la aspiración ilustrada a la racionalización y el cálculo geométrico resultó pionero en destacar la importancia de las fuerzas morales de la "nación en armas". En lo sucesivo, los más reputados estudiosos de la guerra moderna como primero Clausewitz o más adelante, ya hacia 1870, Ardant du Picq, no dejarán de enfatizar en mucho mayor medida la relevancia de dichas "fuerzas morales" y por tanto de una tropa movilizada y animada, lejos de los mecanicistas resortes a los que se confiaban los cuerpos de ejército del Antiguo Régimen.
Enseguida haremos un repaso de las teorías de la guerra predominantes durante el Absolutismo y la Ilustración y tendremos ocasión de ver la medida en la que ideas como la de autonomía que en ese tiempo se empezaba a aplicar a la producción artística tendrán una importancia capital en la configuración de los nuevos dispositivos de poder y conflicto.
De hecho si podemos sostener que la autonomía estética cumple, entre otras, una destacada función a la hora de pensar y producir la nueva subjetividad burguesa, será en el terreno de la movilización militar donde más claramente podremos ver sus ambiguos y reversibles resultados.

1.3.1 Teoría Ilustrada de la Guerra
En La Enciclopedia, publicada por Diderot y D'Alembert en 1751 podemos encontrar una entrada correspondiente al término "Guerra". Dicha entrada, redactada por Le Blond, reputado experto en fortificaciones y arquitectura militar, intentaba establecer una tradición para la Teoría de la Guerra basada en los clásicos y en la experiencia acumulada por generaciones de pensadores. Esta verdadera "teoría de la guerra" debía dar cuenta de los "ciegos prejuicios" y "arbitrarias tradiciones" que habían hecho de la conducción de la guerra un asunto desordenado y confuso. Esta situación había sido ya resumida por Maurice de Saxe en sus "Meditaciones sobre el Arte de la Guerra":
"La guerra es una ciencia cubierta por sombras en cuya oscuridad no puede uno moverse con seguridad. La rutina y el prejuicio, resultado natural de la ignorancia, son su fundamento y su apoyo. Todas las ciencias tienen sus reglas, pero la guerra no parece contar con ninguna"
Para combatir semejante panorama se recurrirá al arsenal de la pujante epistemología newtoniana y se aspirará a dotarse, a menudo desde el estudio histórico, de análisis críticos y esquemas que deberían resultar sistemáticos y universalizables, otorgando la máxima precisión matemática a las reglas de conducción de la guerra.
Jacques-François de Chastenet, Marqués de Puysegur y Mariscal de los Ejércitos de Francia en 1730 escribió, a su vez, un "Arte de la Guerra, por principios y reglas" que se publicó póstumamente en 1748, reeditándose el año siguiente y traduciéndose al alemán y el italiano en 1753. En dicha obra Puysegur establece por primera vez lo que será el nuevo ideal ilustrado de la teoría de la Guerra, que debía ser guiada por principios universales validos desde la Antigüedad Clásica. Para ello Puysegur realizará un exhaustivo repaso del trabajo de los Antiguos como Homero, Tucídides o Polibio para llegar a Turenne o Montecuccoli y tomará como elemento modélico precisamente los logros que la arquitectura militar del Mariscal Vauban había conseguido en su construcción de fortificaciones: toda vez que los métodos de fortificación y de asedio habían sido concebidos y establecidos con precisión matemática, no quedaba más que extender mecánicamente su aplicación al resto de campos mediante el recurso a la geometría y la geografía que proporcionarían respectivamente un método seguro de deducción de información sobre las condiciones concretas del espacio a través del que se moverían los ejércitos. También el conde Turpin de Crisse escribirá un "Ensayo sobre el Arte de la Guerra" traducido a las principales lenguas europeas en la segunda mitad del XVIII en el que se preguntaba:
"Por qué no pensar en establecer un método general que, acomodado a las circunstancias de tiempo y lugar, pudiera asentar el éxito de las operaciones... el arte ha alcanzado esa perfección... y parece probable que los principios que sirven para dirigir un asedio podrían formar un cuerpo de reglas seguras... para la dirección de una campaña"
Los éxitos del ejército de Federico el Grande en la guerra de los Siete Años fueron así justificados en función del perfeccionamiento mecánico de la capacidad de fuego y maniobra de las formaciones lineales cerradas.
Se trataba pues de lograr una ciencia-arte de los efectos de la acción militar que permitiese preverlos y organizarlos con precisión. La obra de H.H. Evans Lloyd y de Adam Heinrich Dietrich von Bülow resultan características de este pensamiento ilustrado y mecanicista. Lloyd un intrigante aventurero, diplomático y mercenario fue también un distinguido ingeniero militar, de modo que en sus "Reflexiones sobre los principios del Arte de la Guerra" partirá también de considerar la construcción de fortificaciones, la artillería e incluso la marcha de las tropas como asuntos puramente geométricos, cuyos principios matemáticos han de ser válidos a su vez para determinar las formaciones de batalla y calcular "los impulsos que los cuerpos animados o inanimados ejercen unos sobre otros... en proporción a su masa y velocidad" . La consideración a la que Lloyd someterá a los factores morales de la tropa muestra una considerable influencia de Hobbes, La Mettrie y Helvetius, aduciendo que el miedo al dolor y el deseo de placer, provocados por causas interiores y mecánicas bajo las formas de orgullo, ambición, gloria, vergüenza, mujeres, música, etc. son los principales factores de motivación que un buen general tiene que poder manejar para administrar el material humano puesto a su disposición.
A su vez, uno de los conceptos claves de Lloyd, el de "línea de operaciones", a saber, la línea imaginaria que une las tropas en campaña con sus depósitos de suministros será fundamental para el trabajo de von Bülow, uno de los más grandes teóricos de la guerra durante la Ilustración y que defendería un sencillo sistema geométrico por el que se establecía que si los lados del triángulo resultante de los dos vértices proporcionados por las bases y depósitos del ejercito atacante y el que determina la situación de su objeto de ataque producían un ángulo inferior a 90 grados, el resultado era una creciente inseguridad de las líneas de operaciones del atacante y una mayor posibilidad de derrota por tanto. Las tesis de von Bülow se basaban en la mecánica newtoniana y sometían las fuerzas militares a las mismas consideraciones que las leyes de gravitación sometían al resto de fenómenos naturales: las fuerzas militares se debilitarían en proporción inversa al cuadrado de la distancia que las separara de sus bases y depósitos. Con ello se establecía la estrategia como una ciencia puramente geométrica y se sostenía incluso la posibilidad de evitar la guerra en función de una ciencia matemático-política que estableciera un equilibrio perpetuo entre los estados, como había pensado Kant en su ensayo de 1795. El hecho de que von Bülow publicase sus reflexiones geométricas en 1799 da una idea de la corta vida de sus bienintencionadas y mecánicas bases teóricas.
Esta concepción mecanicista de las operaciones militares, y por extensión del poder y la gestión de los asuntos sociales distintiva de buena parte de la Ilustración tiene que ser matizada considerando que, aunque como hemos visto, en la concepción ilustrada del "arte" hay lugar para una fascinación por los principios mecánicos y geometrizables, hay también lugar para una sección de lo sublime que depende, como en la retórica o la poesía, del fuego divino de la inspiración. Todo arte tendrá pues unos principios mecánicos, racionalizables y universales y un desarrollo que permite la introducción de variables subjetivas: lo que cambiará con los tiempos, desde la Revolución Francesa a la Restauración y el Romanticismo, serán los lugares y los modos de esas variables.
De Saxe establecerá que, en efecto, hay principios mecánicos que se hallan a la base del aprendizaje del Arte de la Guerra, como sucede con el de la Arquitectura, que él mismo pone como ejemplo. Toda vez que el general-arquitecto ha aprehendido tales principios, queda a discreción del estratega y de sus "rasgos de genio" la parte sublime de la guerra: ser capaz de garantizar el coraje de las tropas, acaso el elemento más variable de todos los que un general debe considerar y que por ello cae de lleno en las competencias del "genio" del comandante. También Paul Gideon Joly de Maizeroy, coronel del ejército francés, publicará en su "Teoría de la Guerra" (1777) que los principios meramente mecánicos deducibles de principios y reglas constituyen sólo una parte de la guerra que debe ser completada con la otra parte, la sublime, que se halla sólo en la cabeza del general. Es esta sección sublime de la guerra la que merece la denominación, que Maizeroy recupera de los tratados militares bizantinos, de estrategia. La estrategia pertenece a la más sublime facultad de la mente humana: la razón, y en ese sentido es más difícilmente reducible a simples principios mecánicos, como sucede con la táctica. Por supuesto la capacidad de estrategizar, es decir, de funcionar autónomamente y fuera de las determinaciones mecánicas es algo que se limita, como destaca Maizeroy, a la cabeza del general. El resto del ejército debe funcionar como una gran máquina. Con esto vemos que las teorías sobre el Arte de la Guerra en la Ilustración no consisten meramente en un agregado de principios geométricos para la conducción de operaciones sino que también establecen una clara partición determinando quien puede ser y quien no un sujeto de razón, quien puede estar dotado de autonomía y por tanto de capacidad de tomar decisiones y hacerlas ejecutar por la sección mecánica de la sociedad. Esta constatación nos da la medida de la "revolución" que supuso el principio napoleónico de que cada uno de sus soldados podía tener el bastón de mariscal en la mochila: en efecto, a lo largo de los sucesivos estudios y "Artes de la guerra" que jalonan la Ilustración y los años de la Revolución iremos viendo precisamente como la capacidad de auto otorgarse normas desde la razón, es decir el "genio" o la autonomía, se va extendiendo y pasa de ser un atributo del general a ser considerado como un elemento de las tropas movilizadas de la "nación en armas". Con el Imperio y la Restauración veremos una vuelta al Orden, bajo la que, de nuevo, sólo los generales son los que cuentan con la capacidad de comprensión y acción que distingue a los genios autónomos.


1.3.2 Las sanas y vigorosas repúblicas
Jacques Antoine Hyppolyte, conde de Guibert, fue un hijo de la Ilustración, amigo de los philosophes, de Voltaire y de Mme. De Staël y admirado en los Salones, participó desde su juventud en las campañas de la guerra de los Siete Años y publicó en 1770 su "Ensayo General de Táctica" en el que inspirándose en Newton, Leibniz y D'Alembert intenta dar con los principios fundamentales de una ciencia de la guerra que permitieran, por sucesivas deducciones, llegar a establecer una ciencia rigurosa e infalible. Hasta aquí Guibert no resulta especialmente destacable, pero su obra nos interesa en la medida en que desde su participación en la larga Querella entre los Antiguos y los Modernos aportó algunas claves filosóficas y técnicas que serían claves para las ordenanzas de 1791 que estructurarían los posteriores ejércitos de la Revolución y el periodo napoleónico.
Guibert se mostró claro partidario de los Antiguos declarando que la mejor constitución política y militar es la encarnada en el enorme potencial de poder de las vitales instituciones de la república de masas, tal y como las pensamos en la imagen ideal de las simples y vigorosas repúblicas de la Antigüedad. En contraste, en la degenerada y corrupta Europa moderna sólo encontramos tiranías ancladas en la ignorancia o administraciones débiles, exceptuando a algunos monarcas ilustrados, como Federico el Grande, que suponen para Guibert la única esperanza. Pese a su admiración por Federico, a la hora de esbozar su teoría militar Guibert sacará consecuencias de sus ideales sobre la Antigüedad clásica y no recomendará un sistema de organización limitado por la rigidez mecánica de las formaciones de maniobra y combate prusianas; por el contrario las propuestas de Guibert enfatizarán la importancia de la movilidad, la rapidez y la audacia en el desarrollo de las operaciones, preconizando el movimiento en unidades independientes con mayor autonomía logística y operativa también en el campo de batalla, maniobrando en columnas abiertas capaces de desplegarse en el momento oportuno en líneas de fuego. Estas ideas tendrán una traducción táctica en las unidades de "tiradores" de las tropas revolucionarias francesas que se plegaban al terreno y abrían fuego a discreción contra las rígidas líneas de los ejércitos absolutistas. Estratégicamente la implementación, generalizada por Napoleón, de los cuerpos de ejército y las divisiones sometidas a un Estado Mayor pero dotadas de cierta autonomía operativa demostrará ser una solución de enorme poder en los campos de batalla de principios del siglo XIX.
Los ejércitos napoleónicos marcaron así el mayor grado de contraste con las tesis fredericianas sobre el tratamiento y la ordenación de la tropa. Es sabido que el gran rey ilustrado, no fiándose de sus propios nacionales para su ejército, reclutaba sus tropas mayoritariamente de otros países europeos sometiéndolas a una brutal disciplina que las convirtiera en las piezas perfectamente engrasadas de su ejército-máquina profesional. En el vértice de esta contraposición se encontraba precisamente la idea de autonomía aplicada fundamentalmente a pie de obra: en las unidades de tiradores funcionando en primera línea en formación abierta, y en la estructura de los ejércitos de levas masivas inspirados por sentimientos patrióticos e ideológicos. De hecho será con la obra de Jomini, mucho tiempo considerado como el más certero intérprete de las ideas napoleónicas, que el planteamiento ilustrado se tendrá que reajustar hasta llegar, prácticamente, a invertirse. De hecho, en los teóricos de la Ilustración que hemos visto hasta aquí, se consideraba que la táctica, los modos de operación concretos que se desplegaban sobre el campo de batalla estaban sometidos a leyes mecánicas comparables a las leyes gravitacionales, mientras que las grandes, las sublimes, decisiones estratégicas quedaban en el inefable campo de la cabeza del general. Para Napoleón como para Jomini no se puede pensar que los acontecimientos concretos en el campo de batalla estén prefijados por reglas mecánicas de ningún tipo: el armamento y las tecnologías cambian y obligan a una continua adaptación: todas las ideas tácticas, según Napoleón, tenían que cambiarse cada diez años. Las grandes ideas estratégicas, por el contrario, sostendrá Jomini son las mismas siempre en todos los grandes generales desde Julio Cesar a Federico y Napoleón, para ellos aunque el genio sigue siendo necesario, se trata de un genio que trabaja siempre dentro de las reglas y no contra ellas.
Con todo Jomini seguirá considerando los factores morales como pertenecientes a la esfera de lo sublime en la guerra: no constituyéndolos por tanto en objeto de atención ni mucho menos de intervención. Para que las fuerzas morales, es decir, la ideología, el patriotismo y la voluntad constituyentes de agentes supuestamente autónomos, cobren todo su peso tendremos que esperar a Clausewitz.





1.3.3 Clausewitz y la corta vigencia de la idea de autonomía en la Restauración

"Todos estos casos han demostrado la enorme aportación que el temperamento y el espíritu de una nación pueden hacer a la suma total de su política, su potencial para la guerra y su capacidad de lucha. Ahora que los gobiernos son más conscientes de estos recursos, no cabe esperar que los dejen sin utilizar en el futuro, tanto si la guerra se libra en defensa propia como para satisfacer una ambición intensa"
Fue Scharnhorst, maestro y mentor de Clausewitz, y que ya en 1755 había estado implicado en Hannover en experimentos con milicias ciudadanas, quien se preocupó por hacer ver al joven Clausewitz la importancia de las fuerzas sociales en la determinación del estilo militar y las energías de los estados. Tras la derrota sin precedentes de Prusia en 1806, la tarea de militares como Clausewitz consistió en comprender la medida en que la revolución francesa y la cantidad ingente de recursos, energías y población que Napoleón había movilizado para la guerra cambiaba las reglas del juego. Habría que replantearse la desconfianza hacia las masas populares nacionales, a las que los reyes del Despotismo Ilustrado no hubieran osado confiarles armas e instrucción. El nuevo estilo de guerra napoleónico había movilizado a toda una nación utilizando ideologías revolucionarias y patrióticas y sobre todo había entendido las ventajas y posibilidades que tenía dotar de autonomía a las tropas y suboficiales enardecidos y motivados en el frente de batalla.
En consecuencia Clausewitz desplazará el énfasis y allí donde los teóricos de la Ilustración habían considerado los factores morales como variables secundarias que el general podía emplear para mejor manejar a su tropa, el general prusiano sostendrá que
"...los elementos morales están entre los más importantes de la guerra. Conforman el espíritu que impregna la guerra considerada como un todo y establecen en todo momento una estrecha afinidad con la voluntad que mueve y dirige toda la fuerza; se funde con ella, pues la voluntad es a su vez una magnitud moral"
De hecho Clausewitz jugará repetidamente con la imagen que hace de los factores físicos "la empuñadura de madera", mientras que los factores morales resultarían ser "el metal precioso, el arma verdadera, la hoja meticulosamente afilada"
Este énfasis en la relevancia decisiva de los factores morales, así como la conexión de la guerra con la política en general ha granjeado a la obra de Clausewitz una vigencia de la que no disfrutan algunos analistas contemporáneos suyos y que alcanzaron mucha mayor popularidad en su tiempo como Guibert o el mismo Jomini.
Ahora bien también debe quedar claro que el análisis de Clausewitz no corresponde del todo a la realidad política de la Restauración: sin duda alguna los oficiales y los estudiosos del arte de la guerra recibieron un impacto tremendo con las tácticas de combate de los ejércitos revolucionarios y napoleónicos, siendo la obra misma de Clausewitz buena muestra de tal impacto, pero los políticos tuvieron una aproximación a la idea de autonomía encarnada por las milicias ciudadanas y las tácticas de combate revolucionarias del todo diferente: de hecho y aunque tras la derrota prusiana en Jena, el general Gneisenau y el mismo Scharnhorst, el ya mencionado protector de Clausewitz y ministro prusiano de la Guerra en aquel entonces, recomendaron abandonar el concepto de un pequeño ejército mercenario y formar amplias milicias ciudadanas, el rey Federico Guillermo III mantuvo sus dudas, políticas sobre todo, y no movilizó a la población, haciendo pasar la milicia de 20.000 a 120.000 hombres hasta 1813, desarmándola y desarticulándola progresivamente después de la victoria en Waterloo, para ir volviendo a una forma de ejército más controlable y fiable políticamente, justo a tiempo, por lo demás para evitar las consecuencias de las revueltas de 1848.
El caso inglés es también de lo más interesante; Wellington contó con un ejercito mercenario con gran número de extranjeros pero adaptó las tácticas de combate francesas para poder combatir con éxito a las tropas de Napoleón. Su general Sir John Moore se encargó de organizar un regimiento de infantería ligera que incorporaba un nuevo sentido de la disciplina, reduciendo drásticamente los castigos corporales e incentivando la iniciativa individual de los soldados, se trataba de generar "un nuevo espíritu que haría del conjunto un organismo vivo y no un instrumento mecánico ", eso sí, se trataba de un "organismo vivo" ya despojado de las siempre temibles características de autoorganización y articulación de las milicias ciudadanas.
La autonomía ya había perdido su radicalidad, la que le había concedido Kant al hacerla el ámbito de coincidencia entre fines y medios, y era ahora apenas un cínico aprovechamiento de la iniciativa táctica de los combatientes para mejorar la eficacia de un dispositivo de conjunto sobre el que los soldados, obviamente, no podían ejercer ningún tipo de control o cuestionamiento. La doctrina militar en el resto del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial consistirá en una lenta pero inexorable vuelta al orden de los ejércitos masivos y disciplinados y no será hasta después de las fordistas matanzas en el Somme y Verdun que las ideas sobre la autonomía volverán a cobrar vigencia, generando una especie de "postfordismo" militar en el que los valores de la iniciativa y la eficacia derivada del trabajo de pequeños equipos con un grado relativamente alto de independencia será recuperado .
De este breve análisis de las doctrinas militares de la Ilustración y la Restauración se colige rápidamente que la idea de autonomía, tal y como se había formulado en la naciente disciplina de la Estética, tuvo una influencia radical hacia finales del XVIII, y principios del XIX, justo cuando Kant publicara su Tercera Crítica y que, como principio organizativo, fue completamente desmantelada en el curso de las décadas siguientes, justamente para evitar los “perniciosos” efectos que de ella podrían derivarse. Parecería que los aparatos de estado de la Restauración, como más tarde los del capitalismo, harán un uso discrecional y muy limitado de la noción de autonomía, reconociendo, al mismo tiempo que su utilidad, su peligrosidad política y social.
Esta doble naturaleza de la autonomía marcará necesariamente el resto de esta reflexión sobre la autonomía estética: condenada a ser una idea tan fácilmente esterilizable como llena de potenciales peligros para la estabilidad política. Habrá que pensar las condiciones y ámbitos en que esa doble naturaleza puede funcionar: así el concepto de esfera pública que de inmediato pasamos a analizar en su relación con la “autonomía ilustrada” del arte.

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