lunes, 22 de enero de 2007

Esteticas Fascistas 1: Introduccion y enfoque

Aspectos preliminares para un estudio de las estéticas fascistas como pragmáticas de construcción de normalidad.


Este trabajo es el resultado de una investigación mantenida a lo largo de los años, años durante los cuales la investigación misma ha ido modificándo el objeto de estudio y sus caracterizaciones Cuando comencé a trabajar el enunciado de las Estéticas Fascistas daba por hecho que me las tendría que ver con las consabidas acumulaciones de arte académico, cercano al kitsch en la grandilocuencia y desmesura que todos evocamos cuando pensamos en las artes producidas por los diversos fascismos. Ahora bien, muy pronto tuve que advertir que si bien dichas prácticas se encontraban, y tanto que se encontraban, para nada constituían el grueso de la producción artística auspiciada por los regímenes fascistas y por el nazi en particular. Antes al contrario, lo que las estadísticas revelaban de modo incontestable era que la mayoría de las artes producidas tenían menos que ver con intentos retóricos de fanatizar y movilizar a las “masas” como con banales romances de opereta, pastiches historicistas de poca monta y músicas de ascensor que parecían ideales para pasar una apacible tarde de sábado.
Pronto se me hizo evidente que el tipo de movilización en el que los regímenes fascistas estaban interesados no era tanto la de tono grandilocuente y heroico sino la que precisa la callada sumisión de quien simplemente se limita a acudir a su trabajo día tras día sin preocuparse demasiado por nada más. Este heroe de la producción fascista no necesitaba, y bien lo sabía Goebbels, de un exceso de encendidos discursos patrióticos, sino de una correcta dosis de entretenimiento asi como de las perspectivas en su justa medida aplazadas de un crucero de vacaciones o del acceso a un utilitario: no en vano tanto el “volkswagen” como la primera agencia de viajes general fueron inventos de la administración nacional-socialista.
Frente a dichos dispositivos los rituales y organizaciones de masas, las campañas etc ...sólo eran capaces de crear estados de animo maniacos e intoxicados durante periodos más y más breves frente a los desafios que el regimen debía asumir. Por lo demás es evidente que muchos ingredientes eran precisos para un acto de masas exitoso y su efectividad era siempre limitada…De hecho estas grandes ceremonias con sus trucos limitados empezaron a ser menos frecuentes (aunque nunca desaparecerían del todo) a partir del 35. En el ministerio de Goebbels se dieron cuenta pronto de que una lealtad durable, capaz de sobrellevar los problemas cotidianos no podía en modo alguno ser generada sólo por ceremonias de solsticio. El único modo de remedar la falta de sustancia de la Volkgemeinschaft era producir “lealtad pasiva”, y esta dependía más de que los media ofrecieran entretenimiento y distracción.
Estilisticamente hablando los nuevos productos, musicales p.e., de los media abrazaban el idilismo rural-folk, las marchas de metales, versiones “sentimentalizadas” de las grandes obras de concierto y opera, valses de ensueño de las peliculas UFA,, etc
En definitiva lo que nos encontramos se parece más bien poco a la idea recibida que tenemos de los teatrales regímenes fascistas: lo que predomina es preccisamente la ausencia de esloganes, de crispación ideológica, de manipulación: las palabras clave, en cambio, son normalidad, buen gusto, armonía, etc...
Confrontado con este panorama teórico y forzado a ampliar el campo de visión histórico tanto hacia atrás como hacia delante se hizó plausible la hipótesis que nos haría definir los fascismos, en términos estéticos, como regímenes pioneros en la producción y administración generalizada de “normalidad”, entendiendo como tal un dispositivo de estetización de la identidad y el comportamiento que sancionaba las conductas y las definiciones de sí mucho más allá de la esfera pública, aspirando a organizar el consumo de sí mismo en la intimidad de las propias aspiraciones, deseos y temores.
El régimen de poder totalitario encontraría así, más allá de los burdos mecanismos de una policía política teatralmente vestida de cuero negro, un poderosísimo instrumento en la invención de patrones de normalidad que por primera vez en la historia de occidente harían que el poder se hiciera efectivo, omnes et singulatim, para todos y cada uno de los ciudadanos, en los niveles de vida psíquica donde se gesta la identidad, el sí mismo frente al que tan complicado resulta apelar.


Podríamos, por tanto, empezar recordando la lapidaria advertencia de Reich: "No, no han engañado a las masas, en una determinada circunstancia las masas han deseado el fascismo" en la medida en que en el tiempo en que dicha frase fue escrita logró conjurar las explicaciones de tinte casi mágico que se tendían a dar sobre el encantamiento bajo el que los regímenes fascistas habían sumido a grandes y civilizados pueblos. De inmediato, sin embargo hay que advertir que semejante conjuro sólo lo logra Reich al precio de dar por buenas algunas de las piezas centrales de la explicación “ mítica” del fascismo. En especial nos referimos a la persistencia en Reich de la noción de “masas”, como si de un sujeto autónomo se tratara . Como hemos adelantado, si el poder fascista opera algun tipo de totalización, ésta no se despliega tanto en el ámbito indiferenciado del todo común, de la masa; sino más bien en el seno de cada subjetividad, en el nivel micro en el que se dan las tensiones de individuación que caracterizan la sociedad civil contemporánea. El deseo, que Reich atribuye a las masas, traduce fuerzas o temores cuya emergencia bien podemos relacionar con una muy individualizada racionalidad de supervivencia, de técnicas de sí: el drama de la dominación fascista no sólo se prepara durante décadas sino que se consuma en el teatro atomizado de los procesos de individuación característicos de las primeras sociedades industriales que empiezan entonces a serlo de consumo; es un drama inseparable, como veremos, de la invención de la “normalidad” y de su construcción como dispositivo estético que encuentra una acuñación destacada en el concepto de Volkgemeinschaft, la comunidad del pueblo que nos lleva al modelo de normalidad según el cual unos sujetos son definidos como camaradas nacionales: Volksgenossen, y otros como extraños a la comunidad: Gemeinschaftfremde.
. Las estéticas fascistas que nos interesan no son tanto los lineamientos de los discursos dentro o alrededor de las prácticas artísticas "fascistas" tal cual, sino más bien el conjunto de técnicas de sí que desde un orden eminentemente estético constituyen y defienden el sujeto de que hablamos, sujeto intrínsecamente lacayuno, a la vez que proporcionan el medio y el miedo que ciñe sus interacciones.

Por supuesto no cabe sostener que los regímenes fascistas inventarán ex nihilo esta “normalidad”, antes al contrario en buena parte de las sociedades occidentales dicho patrón había venido configurándose, como decimos, durante décadas, seguramente al paso en que se revela necesario para las sociedades industriales preocuparse por la higiene física y mental de unos subditos que han de formar parte de enormes dispositivos productivos y bélicos: las inmensas cifras de “inútiles” que se detectarán en los albores de las grandes guerras de finales del XIX y principios del XX alarmarán con razón a unos poderes que ya no pueden limitarse a mantener el orden público, sino que tendrán que crearlo y hacerlo llegar al interior de las casas y los cuerpos.
Lo que, definitivamente, se hace claro con los fascismos es que para sus necesidades de movilización total las estéticas necesarias no serán las que producen los consabidos gestos de grandilocuencia retórica sino las que articulan los discursos que producen y sancionan esa normalidad, acaso el primer gran dispositivo propiamente biopolítico.

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